Dentro de las historias de
gigantes y naves voladoras que hacen parte de la cultura sumeria, ninguna se
compara a la Epopeya
de Gilgamesh, el hijo de los “dioses”, o a la leyenda del dios-anfibio Oannes.
Los sumerios vivían en la Mesopotam ia , entre el
Tigris y el Eúfrates. Representaban una forma de cultura superior que se impone
a los bárbaros y nómades semitas. Ellos poseían avanzadísimos conocimientos
astronómicos y eran capaces de realizar cáculos con 15 dígitos, o sea, con
números arriba de 100 trillones. A título de comparación, basta decir que los
griegos no sabían contar arriba de 10.000.
Los sumerios, que antecedieron a
los babilonios, prácticamente fundaron la civilización actual al establecerse a
lo largo del río Eúfrates, aproximadamente en 5000 A .c. Mas ya fueron
encontrados esqueletos de 45 mil años en la región.
Cuentan los registros que los
diez primeros reyes de Sumeria vivieron un total de 456.000 años, lo que da un
promedio de 45.600 años para cada uno. Tablas de arcilla cuentan diversas
historias fantásticas incluyendo gigantes, monstruos y naves voladoras. Dos de
estas historias llaman la atención en especial: la leyenda del dios-anfibio
Oannes y la Epopeya
de Gilgamesh.
Oannes es un misterioso ser que,
según Berossus –sacerdote de la ciudad de Baal (Babilonia) –, aparece en la
ciudad de Eridu, habiendo surgido del mar durante un nacer del sol del cuarto
milenio. Fue descripto por Berossus como “un animal con razón”.
“El animal tenía todo el cuerpo
de un pez. Su voz, y también su lenguaje, era humana y articulada (...) Durante
el día, este ser acostumbraba conversar con el hombre, mas no se alimentaba en
aquella estación del año. Y les dio entendimiento en las letras, en las
ciencias y en todas las formas de artes. Les enseñó a construir casas, fundar
templos, compilar leyes, y les explicó los principios del conocimiento
geométrico. Los hizo diferenciar las semillas de la tierra y les mostró como
recoger frutos. En síntesis, los instruyó en todo lo capaz de suavizar sus maneras
y humanizar la humanidad. Tan universales fueron sus instrucciones que, desde
entonces, nada fue acrecentado para mejorarlas. Cuando el Sol se ponía, este
ser acostumbraba a sumergirse de nuevo en el mar y pasar la noche en sus
profundidades, pues él era anfibio. Después de eso, aparecieron allí otros
animales como Oannes.”
La historia de Gilgamesh es la
más antigua epopeya conocida. Ella es anterior al propio Viejo Testamento. Son
conocidas varias versiones sobre ella, siendo la más completa la del 3° milenio
antes de Cristo. Y existen versiones todavía más antiguas.
Según el historiador Norberto de
Paula Lima, “la historia de Gilgamesh es la historia de un hombre real, mas que
en la realidad mágica y lo material difieren muy poco. Y este hombre buscó un
nombre inmortal, buscó compartir la naturaleza de los dioses y (...) de la
humanidad no mutilada, que comulgaba directamente con Dios”.
Gilgamesh fue considerado, en
Sumeria, “el hombre para el cual las cosas eran conocidas”. El es el típico
mestizo entre “dioses” y terrestres. “Cuando los dioses crearon a Gilgamesh, le
dieron un cuerpo perfecto (...) Dos tercios lo hicieron dios, y un tercio
hombre”.
El recorrió muchas tierras hasta
llegar a Uruc y tornarse su rey. Este gigante fue temido por su arrogancia y,
aparentemente, por su inagotable apetito sexual, pues no evitaba “ni las niñas,
las vírgenes recién casadas, las hijas del guerrero o la esposa del noble”.
La visita de una nave voladora
Cada ciudad sumeria era en
aquella época protegida por un “dios”, y los habitantes de Uruc clamaron a él,
su dios Anu, para que tomase una providencia como el Gilgamesh. Los dioses,
entonces, deciden crear un rival para el gigantesco rey de Uruc. De la arcilla
surge Enkidu, un gigante de las colinas, un ser salvaje y protector de la
naturaleza. “Su cabeza era cubierta de cabello enredado. Desconocía la
humanidad. Nada sabía de cultivar tierra. Era fuerte como un inmortal del
cielo”.
Cierto día, un cazador se
enfrentó con el gigantesco y salvaje Enkidu y, aterrorizado, va a pedir ayuda a
Gilgamesh. Así como los dioses actuaron con el pueblo de Uruc, Gilgamesh actuó
con el joven cazador. Sugirió que Enkidu, el gigante de las colinas, fuese
seducido por una prostituta. Y así se hizo. Un día cuando Enkidu fue a saciar
su sed en una fuente, junto con las manadas salvajes, allí estaba una linda
mujer esperándolo. Y “ella no tuvo vergüenza de tomarlo. Poseerlo y acoger su
avidez. En tanto se inclinaba sobre el murmurando amor, ella le enseñó el arte
de la mujer. Por seis días y siete noches estuvieron juntos”.
Más, cuando Enkidu quiso volver a
la vida animal, fue rechazado. Y la prostituta lo convenció de volver con ella
para la ciudad. Ya llegando, Enkidu desafió a Gilgamesh a una pelea. Los dos
gigantes entonces tienen una batalla corta, pero devastadora. Gilgamesh gana,
mas los dos se abrazan y se vuelven inmediatamente amigos. Enkidu, por su lado,
jura lealtad absoluta a su rey.
Y prácticamente aquí comienza la
epopeya propiamente dicha. Gilgamesh y Enkidu, los gigantes, se unen para
enfrentar a Humbaba, el gigante feroz que dominaba “el país donde se derriba el
cedro” (¿el Líbano?). Ellos vencen, y la propia Ishtar, la diosa sumeria del
mar, pide a Gilgamesh como novio. Pero Gilgamesh la rechaza.
Furiosa, Ishtar se venga lanzando
el “Toro del Cielo” contra Gilgamesh que venció al Toro y pasó a codiciar la
vida eterna. En seguida, el gigante construyó un arca para sobrevivir a un
diluvio que atemorizaba a los propios “dioses” (El
Diluvio de la “Biblia” fue descripto después).
Luego de pasar por eso, Gilgamesh muere.
No hay, aparentemente, un único
objeto volador en esa epopeya. ¿Más eso es necesario? Si
alguien hizo cuestión de un OVNI en la antigua Sumeria debe ser una leyenda del
rey Etana, encontrada en Nínive, en la biblioteca de Assurbanipal. Etana
vivió después del diluvio, y su historia es así descripta por el historiador
italiano Alberto Fenoglio:
“El rey Etana vivió hace cerca de
5 mil años, era llamado el rey Dios y fue llevado como huésped de honor en una nave voladora con la forma de un escudo que posó en
una plaza detrás del palacio real, circundado por un remolino de llamas. Del
navío volador salieron hombres rubios, altos, de piel oscura, vestidos de
blanco, bellos como dioses, que invitaron al rey Etana, a quien sus consejeros
procuraron disuadir de viajar en el objeto volador. En el medio de un remolino
de llamas y humo, él subió tan alto que la Tierra con sus mares, islas y continentes le
pareció un bollo en una cesta que, después, desapareció de su vista.
”El rey Etana, en la nave
voladora, alcanzó la Luna ,
Marte y Venus, y, después de dos semanas de ausencia, cuando ya se estaba
preparando una nueva sucesión al trono, acreditándose que los dioses lo
hubieren llevado con ellos, el navío volador cruzó por sobre la ciudad y
descendió cargado por un anillo de fuego. El fuego se extinguió. El rey Etana
salió del navío con algunos de los hombres rubios, que quedaron como huéspedes
durante algunos días.
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