PUBLICADO: 6 Agosto 2015
El hallazgo de moléculas orgánicas por la sonda Philae en el cometa 67P
confirma que los elementos de los que estamos hechos se encuentran en el medio
interestelar.
Burbujas creadas por la emisión de las estrellas
masivas en la región Doradus 30.
La Galaxia, escrita con mayúscula
para distinguirla de todas las demás, es el conjunto de estrellas en el cual se
encuentra nuestro sistema solar. Al observar el cielo nocturno, despejado y en
un lugar sin luces artificiales, la Galaxia aparece como una banda de luz
difusa que atraviesa el firmamento. Esta mancha luminosa de color blanco fue
descrita por Claudio Ptolomeo, uno de los más grandes astrónomos de la antigua
ciudad de Alejandría, como “una región tan blanca como la leche”. Es así como
la Galaxia obtuvo el nombre con el que la conocemos actualmente: la Vía Láctea.
Hace apenas unos 400 años,
Galileo Galilei examinó por primera vez la mancha blanca en el cielo a través
de un telescopio y descubrió que estaba compuesta por innumerables estrellas.
En los años posteriores a los descubrimientos de Galileo fue claro que vemos la
Vía Láctea como una banda que nos rodea, porque la Galaxia tiene la forma de un
disco y nosotros estamos dentro de ella.
Transcurrieron muchos años y se
derramó mucha tinta en airados debates antes de que descubriéramos que la
Galaxia es apenas una entre cientos de miles de millones de galaxias en el
universo observable. La naturaleza se convirtió una vez más en el juez de los
debates de los hombres cuando la observaciones de Edwin Hubble en 1922 y 1923
probaron de manera concluyente que el universo se extiende mucho más allá de
los límites de la Vía Láctea.
Pero las estrellas que descubrió
Galileo son apenas una parte del complejo ecosistema de la Galaxia. Las
estrellas están sumergidas en un mar de gas, polvo, campos magnéticos y
partículas cargadas que se mueven a grandes velocidades y se conocen como rayos
cósmicos. Para estándares terrestres, este mar de materia, conocido por los
astrónomos como el medio interestelar, es realmente tenue y mucho más cercano a
las condiciones de alto vacío en un laboratorio que al aire en nuestra
atmósfera.
Las estrellas se forman del
material disponible en este mar de materia. Este mar de materia, lejos de ser
un lugar tranquilo y homogéneo en el espacio, está expuesto a violentas
explosiones y a intensas fuentes de luz que causan grandes contrastes de
densidad y de temperatura. Solamente algunos lugares, muy densos y fríos, tienen
las condiciones adecuadas para que se formen nuevas estrellas. En estos lugares
especiales el gas comienza a colapsar bajo su propio peso, produciendo
presiones muy altas que favorecen reacciones termonucleares que convierten
hidrógeno y helio en otros elementos más pesados y a la vez producen grandes
cantidades de luz y energía.
Gran cantidad del material que
compone una estrella vuelve al medio interestelar. Muchas estrellas despiden
grandes cantidades de materia en poderosos vientos estelares. Otras, las más
masivas, terminan sus vidas en violentas explosiones termonucleares producidas
por la inestabilidad de sus núcleos, las llamadas supernovas. En ambos casos,
el medio interestelar se enriquece con el material de las estrellas, que
contribuye a la formación de nuevas regiones frías y densas en las que se
formarán nuevas generaciones de estrellas. En términos astronómicos, no hace
mucho tiempo los átomos que lo componen a usted, a mí y a las páginas de El
Espectador se estaban ensamblando en el interior de una estrella.
El resultado del ciclo de vida de
las estrellas es el continuo reciclaje de la materia que compone la Galaxia.
Estudiar las reacciones termonucleares en el interior de las estrellas es una
forma de estudiar directamente los elementos que componen la Vía Láctea y el
universo. Esto lo sabían bien quienes trabajaron en los programas nucleares
bélicos durante la Guerra Fría. Brillantes científicos como Yakov Zel’dovich,
Yuri Smirnov, Enrico Fermi y Hans Bethe, entre muchos otros, trabajaron en el
desarrollo de las primeras bombas atómicas y sembraron las bases para entender
el sistema de reacciones que producen los elementos de los cuales estamos
compuestos los seres vivos.
La física de las reacciones
nucleares y las observaciones de los elementos en distintos lugares de la
Galaxia nos indican que el elemento más abundante en la Vía Láctea es el
hidrógeno, que corresponde al 70% de la masa en el medio interestelar, seguido
por el helio, con 28%. El resto de la masa se encuentra en elementos más
pesados de los cuales los más comunes son el carbono, el nitrógeno y el
oxígeno, que se encuentran en forma gaseosa. Otros elementos, como el
manganeso, el silicio y el hierro, están atrapados en granos de polvo
interestelar.
El 96% de la masa que compone el
cuerpo humano está compuesta de oxígeno, hidrógeno, carbono y nitrógeno.
Coincidencialmente, nuestra propia naturaleza y la de la mayoría de las formas
de vida en nuestro planeta refleja la abundancia de los elementos en la
Galaxia, con excepción del helio, que es un gas noble y no forma moléculas
complejas.
En perspectiva, el hallazgo de
moléculas orgánicas por la sonda Philae a bordo del cometa 67P es una
confirmación de que los elementos de los cuales estamos compuestos no solamente
se encuentran en abundancia en el medio interestelar sino que también forman
asociaciones complejas y pueden viajar en objetos como los cometas. Estas
moléculas orgánicas (alcoholes, carbonilos, aminas, nitrilos y otras con
nombres que aún sirven para aterrorizar bachilleres) son las bases a partir de
las cuales se forman los aminoácidos, los azúcares y las bases nitrogenadas,
los ingredientes de la vida.
Si bien aún no hemos encontrado
vida por fuera de nuestro planeta, sus ingredientes fundamentales están allí
afuera. Es muy probable que las formas de vida en el planeta Tierra no estén
solas en el universo. Es probable que en los próximos años tengamos la
tecnología suficiente para buscar más pistas sobre la vida en otros objetos del
sistema solar e identificar moléculas orgánicas en lugares aún más alejados. En
la inmensidad del universo puede que la pregunta fundamental no sea si hay vida
en otros lugares sino qué hacemos para preservar la vida aquí en nuestro propio
planeta.
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