Ya cuando el cardenal Conrado
Balducci comentó, más de 10 años atrás, que cuando menos su experiencia le
decía que la presencia de seres inteligentes en el Cosmos era “inevitable”,
hablaba no solo como hombre de la Iglesia: lo hacía en su carácter de
reconocido exorcista y experto en “demonología”, que ha escrito, con la
anuencia del papa Juan Pablo II, dos libros sobre Satanás y realizado
declaraciones públicas donde afirma: “Debemos enfatizar que los encuentros con
extraterrestres NO son demoníacos, estos NO son debido a deterioros
psicológicos, estos NO son un caso de posesión de entidades, sin embargo estos
encuentros merecen ser estudiados cuidadosamente. Es razonable creer y poder
afirmar que los extraterrestres existen, señaló. La existencia de ellos no
puede seguir negándose, porque hay mucha evidencia sobre ellos y los platos
voladores”. En una entrevista Balducci dijo: “Recordemos un párrafo del Nuevo
Testamento donde el Santo Pablo se refiere de Cristo como Rey del Universo, y
no solo como Rey del mundo. Eso quiere decir que todos los seres del Universo,
incluyendo los extraterrestres y los ovnis (?), son reconciliables con Dios”.
Nominado en el Vaticano “Padre de Honor”, desde 1964, Balducci es un miembro
oficial de la familia del Papa.
Antes y después fueron muchos los
sacerdotes que hicieron afirmaciones públicas en ese sentido (recordemos, en
Argentina, al fallecido padre Segundo Benito Reyna, director del Observatorio
jesuita “Adhara” en San Miguel, provincia de Buenos Aires, absorbido a su
deceso por el Observatorio de física cósmica estatal, sito en la misma
localidad) pero, ciertamente, ninguno de ellos había tenido relevancia mundial,
cuando menos no la que adquirieron las palabras de Balducci, dada su prominente
investidura. Y, de manera igualmente sugestiva, vale destacar aquí que los
prelados que siempre, más –o menos- discretamente demostraron su interés en la
posibilidad que no estuviéramos solos en el Universo fueron los jesuitas. La
misma prelatura del actual Papa Francisco, casualmente.
Empero, lo que parecería
reducirse a una mera inquietud intelectual o especulación filosófica con mucho
de bizantina, adquiere otros ribetes, bastante más preocupantes, cuando se sabe
que el Vaticano no se limita a plantear la cuestión en términos teóricos: tiene
un plan, sistemático y de implicancias desconocidas, por razones igualmente
desconocidas, frente a la eventualidad de visitas extraterrestres. Y es cuando
menos preocupante que en ese plan consensúe y aúne esfuerzos con las más
radicales fuerzas militares: la de las fuerzas de élite de Estados Unidos.
Efectivamente, señalaremos estos
hechos incontrastables: desde hace bastantes años, el Vaticano instala, de su
peculio, los VATT (siglas con que se conoce a Observatorios astronómicos y
radiotelescópicos) en distintas partes del mundo. En realidad, son solo una
docena, repartidos sobre la superficie terráquea. Y extrañamente y como muestra
el mapa que acompaño, el que se ubica en los propios Estados Unidos se
encuentra equidistante de dos lugares señeros en el folclore de los ovnis:
Roswell y el Área 51 (allí donde se afirma que las fuerzas armadas
norteamericanas ocultarían material proveniente de naves espaciales alienígenas
siniestradas como experimentarían con “ingeniería inversa”, es decir, el
aprovechamiento de la tecnología no humana.
Como si ello no bastare, financió
y codiseñó, junto con la NSA (National Security Agency: Agencia Nacional de
Seguridad; un organismo de altísimo nivel en USA con capacidades humanas,
logísticas, financieras y operativas muy por encima de la propia CIA) el
SkyHole 12, un “telescopio espacial”, gemelo del famoso Hubble pero, a
diferencia de este –archipromocionado- aquél es totalmente secreto. Ambos, el
Vaticano y la NSA –que parece una mixtura insólita- lo operan conjuntamente, y
conviene saber que el SkyHole tanto dirige sus lentes a la superficie terrestre
–para obtener imágenes de increíble proximidad con fines militares y de
espionaje- como hacia el espacio profundo. Sin duda –creemos- a la NSA le
interesa la primera de esas aplicaciones. Al Vaticano, ¿cuál le interesará?
Se rumora insistentemente en
ámbitos científicos que desde hace 10 años el Vaticano cuenta con un satélite
de vigilancia en órbita (llamado “proyecto Siloé”: Siloé era el nombre de la
piscina de bronce junto a la cual imponía Jesús sus manos) para “alerta
temprana” en caso de aproximación de naves extraterrestres. Si es así, una vez
más la realidad supera a la ficción, ya que no podemos menos que recordar el
SID, el satélite de vigilancia de la secreta organización Shadow, en la serie
de TV británica UFO, sostenía en órbita terrestre…
Sospecho que este interés
comprometidísimo del Vaticano no se genera solamente en aras del conocimiento,
sino porque quizás se pregunta –teme- que algunos descubrimientos vinculados a
extraterrestres socaven su propio dogma. Tal, el caso de aspectos muy
particulares del culto a la Virgen. “Virgen” que encierra un secreto: su
sugerencia de una puerta a las estrellas.
Por lo menos para quienes somos
afectos a estos temas, no nos asombra especialmente la suposición de una
conexión, por ejemplo, entre los antiguos egipcios y otros habitantes del
Cosmos, y no regresaré ahora gratuitamente a las miles de evidencias acumuladas,
desde la magnificencia (estética y técnica) de sus construcciones hasta los
secretos de su religión. Pero lo que es particularmente interesante para este
estudio es el descubrimiento, confirmado astronómica y matemáticamente, de que
la posición de las tres grandes pirámides de Gizeh se corresponde con exactitud
con la posición de las tres estrellas que forman el cinturón de Orión. Tal
precisión, además de los interrogantes que plantea en vista de los
conocimientos necesarios para tal ubicación, ha sido discutido en el contexto
de la astroarqueología hasta el hartazgo. Esto, desde hace años, es una verdad
aceptada.
Pues bien. En Francia, cinco de
las más importantes catedrales góticas,
reproducen a la perfección ese rombo deforme que es la constelación de
Virgo. Así, la estrella Gamma Virginis está representada por la catedral de
Chartres (edificada en 1194), Alfa
Virginis por la catedral de Reims (1211); Epsilon Virginis por Bayeaux (1206),
Virginis 484 por Évreux (1248) y Zeta Virginis por Amiens (1220). La
distribución sobre el mapa es exacta, y esto viene a sumar una incógnita más a
las que de por sí acumula esta explosión de arte gótico, enigmas
arquitectónicos, astrológicos y alquímicos.
¿Qué nos quisieron decir sus
constructores? Ciertamente, muchos investigadores suponen que detrás de ellas
está el espíritu de los Templarios, por lo cual el mensaje no responde solo a
las enseñanzas vaticanas sino que hunde sus raíces en el Oriente. Pero estas
catedrales (de todas formas, puestas bajo la regencia de “Nuestra Señora”, para
más datos) perpetúan la enseñanza de que en ese lugar del cielo hay algo de
importancia. Virgo-Virgen. Así como los egipcios suponían que en Orión estaba
la entrada al Amenti, el reino de los muertos... ¿la entrada a qué suponían esos
antiguos cristianos se escondía en la constelación de Virgo?
Tengo la sospecha de que la
ubicación por parte de los hombres del Nilo de un “mundo” para los muertos en
un lugar específico del Cosmos sea quizás el resabio del conocimiento,
deformado a través de los milenios, de que existen seres “sobrenaturales” (no
necesariamente “muertos”, es decir, seres de otro plano dimensional) que viven
en otros puntos del Universo. Con lo cual el culto a la Virgen no sería,
después de todo, más que una codificación simbólica, fuertemente emocional e
impresa en el inconsciente colectivo de la humanidad, para empujarnos, como una
orden proveniente del fondo de los siglos, a buscar a nuestros hermanos en ese
lugar del espacio cuando las condiciones estén dadas. Y las “apariciones
marianas”, ya sean “explosiones simbólicas” del inconsciente colectivo o
metamensajes enviados por una fuente inteligente exterior, nos realimentan
periódicamente con una carga similar... conceptos todos sumamente peligrosos
para el catolicismo, que perdería así su “exclusividad”, si esto fuera cierto,
con la “madre del Señor” que no sería tal, después de todo. Casi, casi, como si
un moderno teléfono celular cayera en manos de indígenas bantúes y estos,
porque alguna vez le escucharon emitir extraños y maravillosos sonidos,
creyeran que es en sí una manifestación divina, cuando en realidad solo es una
herramienta (cuyo funcionamiento se les escaparía por completo) para
comunicarse con algo muy distinto a “eso” que sostienen reverentemente entre sus
manos.
También habría que preguntarse,
ya casi fronterizos con una ovnilogía esotérica, si en realidad las
“traslaciones espaciales” no se efectuarían sin “tuercas y tonillos”, es decir,
a fuerza de pura mente y puro espíritu en lugar de máquinas habitables y
sofisticadas tecnologías. Si esto fuera cierto, es posible que las “bases de
lanzamiento” para el espíritu sean lugares donde la confluencia de factores
astrológicos (esa obsesión de los antiguos para comunicarse con los dioses,
siempre supeditados a determinadas fechas del año) con edificaciones
potenciadoras de facetas de nuestra personalidad que aún no dominamos y apenas
intuimos, sirvieran para “teletransportarse” en esencia a otros mundos. A veces
me pregunto, yo que no soy católico pero no puedo evitar sentir la “energía” de
templos religiosos de toda creencia, si mis sensaciones no son como las que
preceden una cuenta regresiva...
¿Y si de pronto los seres humanos
pudiéramos bilocarnos, o transportarnos telepáticamente a otros mundos
habitados a través de lugares y fechas especiales? Y si ciertas catedrales
provocaran ese efecto, tan distinto a aquél para el cual los sórdidos libros de
historia quieren hacernos creer que fueron construidas? ¡Qué golpe para la
Iglesia Católica, desplazada en un santiamén de su autoproclamado papel de
intermediarios con Dios a una cachonda NASA metafísica!
Dejaremos para otra ocasión –o
para cerebros más dotados que el nuestro- abundar en la discusión respecto de
si las “apariciones marianas” son siempre tales o –para escándalo de creyentes
y conversos- solo la interpretación subjetiva, parcial y en ocasiones
tergiversada adrede de apariciones de entidades de otro origen, extraterrestre
o extradimensional, para focalizar nuestra atención en un conjunto de observaciones
que vienen a cuento de presumir que la jerarquía católica sabe más de lo que
dice, a pesar de afirmaciones como las de Balducci que, a fin de cuentas, son
mera pirotecnia dialéctica.