OVNIS Y VIDA EXTRATERRESTRE
PUBLICADO
Miércoles 27 de Diciembre, 2017
Hay testigos de
anomalías espaciales y temporales durante los encuentros más cercanos con OVNIs
y humanoides.
Algo extraño se respiraba
en el ambiente. Habíamos recorrido aquel camino de arena decenas de veces para
llegar al corazón del Coto de Doñana (Huelva), pero aquella tarde iba a ser
diferente. Recorrimos los lugares habituales de
observación mientras anochecía. Colocamos las máquinas fotográficas, las
videocámaras y demás equipo, insertamos una cinta de música relajante en el
radiocasete del coche y nos dispusimos a tomar algo de comida para soportar la
madrugada con mayor entereza. A las 00:45 horas los tres exclamamos lo mismo:
«¡Dios mío!, ¿eso qué es?».
Fotografiamos y filmamos el objeto volador como pudimos,
teniendo en cuenta los deficientes equipos con los que contábamos en aquella
época. Incluso realizamos unas señales luminosas con una linterna de luz polarizada,
momento en que el OVNI giró en lo alto y desapareció de nuestra vista en
décimas de segundo. Tomó tal velocidad que simplemente pudimos contemplar a lo
lejos una esfera roja del tamaño de una pelota de tenis que se perdía sobre el
mar en el horizonte. Después de unos dos minutos, la aeronave desapareció de
nuestra vista para siempre.
Lo realmente sorprendente es que cuando regresamos al
automóvil, del que no nos habíamos separado en ningún momento más de diez
metros, la cinta de música que acabábamos de insertar en el radiocasete estaba
llegando a su final y el reloj del coche
marcaba la 01:07. Habían transcurrido 22 minutos, cuando el avistamiento había
durado poco más de dos. Hicimos toda clase de comprobaciones, repitiendo
incluso cada uno de los movimientos que habíamos realizado, y la conclusión es
que no era posible que hubieran pasado 22 minutos.
También nos cercioramos del estado de la cinta y de la
fiabilidad del reloj. Todo estaba correcto. Por si no bastase, ¡los relojes de
pulsera de los tres también atestiguaban el salto temporal! Adrián rompió el
silencio: «Vámonos de aquí, hoy ya hemos aprendido todo lo que teníamos que
aprender», repetía una y otra vez como musitando para sí mismo. Recogimos el
equipo y nos marchamos de allí.
No fue la única experiencia que vivimos en la zona. Una
noche de julio de 1977, alrededor de las 2:45 horas, conseguimos fotografiar un OVNI luminoso en forma de hongo que
desprendía una serie de «figuras». Estábamos en la finca del Condesito, en
las proximidades del Coto de Doñana. Un absoluto silencio inundó la zona, a la
vez que algunos de los presentes, que en ese momento se encontraban en un
pequeño bosque de eucaliptos cercano, permanecieron entre los árboles más
tiempo del que deberían.
No sólo perdieron la
percepción del espacio y el tiempo, sino que sintieron un intenso zumbido
dentro de sus cabezas y contemplaron tres objetos voladores luminosos sobre
ellos. Empleando
una linterna emitieron señales luminosas hacia el último No Identificado, el
cual se detuvo en lo alto y respondió encendiéndose y apagándose.
ENCUENTRO
CERCANO EN LOS ANCARES
«Nos dirigíamos a Balouta. Era una de tantas excursiones que
hacíamos por el Valle de los Ancares, en León, para conocer y disfrutar de la
zona –nos narraba Julián–. Sólo que esta vez habíamos salido de la peluquería
en donde trabajábamos alrededor de las ocho de la tarde y se nos echó el tiempo
encima». Julián Alonso Velasco, Chelo Martínez Llamas, su hijo Alonso de nueve
meses y Pablo de la Varga se dieron cuenta de que se estaba haciendo de noche,
así que decidieron dejar el coche en el pueblo de Tejedo y ascender hacia una
cabaña situada dos kilómetros antes de la cima del puerto. Pretendían pasar
allí la noche y al día siguiente reiniciar la marcha hacia Balouta, al otro
lado del valle.
Chelo se percató de que una luz anaranjada del tamaño de un faro parecía seguirles a lo lejos, pero
no le dio ninguna importancia. A las 22:30 horas alcanzaron la caseta,
desde la que se observa todo el valle. Esa noche del 18 de julio de 1977 no
había ni una sola nube y la visibilidad era perfecta. Alrededor de las 22:45
horas, Julián y Paco se sentaron a la entrada de la construcción de madera,
mientras María y el niño se quedaban en el interior.
De repente, un enorme resplandor blanco surgió en la parte
alta del valle, tras la montaña, y acto seguido avistaron un objeto volador de
forma circular y color butano. El OVNI desaparecía en un punto del horizonte y
unos cinco minutos más tarde se materializaba en otro.
Así estuvo un buen rato, de modo que tuvieron tiempo de
sobra para avisar a Chelo, que no quiso perderse el espectáculo. En cierto
momento, el OVNI se aproximó tanto a
ellos que la mujer decidió entrar en la caseta para proteger a su hijo de lo
que pudiera pasar. Justo cuando el No Identificado pasó por delante de ellos,
observaron un intenso fogonazo que «recorrió» el cielo de derecha a izquierda,
hasta detenerse encima de un río situado a unos 150 metros de los
testigos.
Julián describió el objeto volador como «una bola esférica
enorme del tamaño de un autobús de dos pisos». Se quedó quieto durante unos 20
o 30 segundos y desapareció sin emitir ningún tipo de ruido.
Nuestro informante y su amigo ascendieron hasta la cima de
la ladera para intentar observarlo por la otra vertiente del valle, y pudieron
contemplar cómo una especie de estela blanca ascendía hasta perderse en el
cielo. La sorpresa vino cuando miraron
sus relojes y se dieron cuenta de que eran las dos de la mañana. Habían
transcurrido casi tres horas y media, cuando ellos estaban convencidos de que
el avistamiento había durado mucho menos tiempo.
¿Qué ocurrió realmente aquella noche en Los Ancares?
LA PUERTA
QUE BAJÓ DE LOS CIELOS
La Sierra de Segura (Jaén) y los pequeño pueblos que la
jalonan son de los lugares más bellos que conozco. En una de esas pequeñas
localidades, mientras me tomaba algo en la balconada de un bar, una persona me
narró un caso OVNI fascinante.
Los hechos se remontaban a unos años atrás y habían tenido lugar en una casa
perdida en la sierra.
A pesar de las indicaciones que me facilitaron, no resultó
sencillo localizar dicha vivienda. Tuve que parar en numerosas ocasiones para
preguntar a los vecinos que me iba encontrando si estaba en el camino correcto.
Finalmente, llegué a una pequeña construcción con un amplio porche a modo de
parasol. Una mujer muy extrañada por la visita salió a recibirme. El
protagonista de la experiencia era su padre, que no se encontraba demasiado
bien de salud. «No quiero que nadie le pregunte sobre eso porque puede
alterarse», me dijo Carmen, que así se llamaba mi informante.
Gracias a las exiguas pensiones de jubilación que cobraba él
y a la de viudedad de ella, además de lo que obtenían de una pequeña huerta y
unas gallinas, iban tirando mal que bien. Manuel, que así se llamaba el hombre,
quería con locura a su nieto y cada tarde salían a pasear por los alrededores
de la casa. Al pequeño le encantaban las estrellas, el croar de las ranas y el
canto nocturno de los mochuelos y los autillos que abundaban en la zona. El
abuelo le contaba historias y cada noche le «regalaba» una estrella. Le
explicaba que los luceros se disponían en el cielo formando «dibujos» y que no
había que asustarse de las estrellas fugaces porque eran deseos que se cumplían
si uno sabía pedirlos.
Una de aquellas noches observaron unas extrañas luces en lo
alto. Presentaban diversos colores y se desplazaban erráticamente, parándose de
vez en cuando para reanudar de nuevo el «baile». Una de aquellas luminarias comenzó a descender, situándose a escasos
metros de ellos, «como si fuera una
bengala que cae al suelo», me explicaba Carmen. Al tocar el piso, se
convirtió en una línea de luz que comenzó a elevarse hasta alcanzar unos dos
metros de altura. Carmen me narraba la historia, mientras su padre estaba
sentado a pocos metros de nosotros. No decía una palabra. Estaba perdido en su
mundo, con una constante y leve sonrisa en su rostro.
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