jueves, 26 de mayo de 2016

LO QUE LOS MILITARES ARGENTINOS OCULTARON SOBRE OVNIs


Publicado por Gustavo Fernández el 27 marzo, 2014
 
Publicado en: Sin categoría. Etiquetado: base Comandante Espora, Base Orcadas del Sur, Base Puerto Belgrano, CIA, Cielosur, Daniel Perissé, Hombres de Negro, Hugo Niotti, Luis Máximo Prémoli, Miguel Sosa, Omar Roque Pagani, Pampa del Castillo, T-48, Triángulo Mortal en Argentina.


Estas líneas son el resultado de una paciente investigación, aunque esporádica, iniciada en l982, interrumpida –a veces durante años– por otros compromisos profesionales o la imperiosa necesidad de dejar transcurrir el tiempo necesario para que la contraencuesta surtiera efecto. Y, sí, pudo seguirse adelante gracias a la colaboración de muchas personas que entendieron la importancia de que este material se diera a conocer.

Muchos puntos permanecen oscuros, casos que fueron “olvidándose” con el tiempo, protagonistas que no quieren hablar, fotografías y testimonios que casualmente nadie sabe dónde están.

Y también hay cosas de las que aún no es posible hablar, informaciones concretas que estoy investigando y rastreando.

Si bien la historia comienza muchos años atrás, he creído conveniente ir contándola paso a paso, incluyendo los testimonios actuales de sus protagonistas; hombres que más allá de todo tipo de presión, prefirieron mantener la verdad aun a costa del descrédito. A ellos, nuestro respeto.

Abril de 1984: Una entrevista singular.

El alto militar se revolvió nervioso en su silla, mirándome fijamente. Con seguridad esperaba que yo hiciese otro tanto y la verdad es que le faltó poco para lograrlo, ya que el motivo de mi visita no era de aquellos que contribuyen a crear buenas migas con algunos espíritus susceptibles.

 –¿Y qué piensa hacer usted con todo ese material? – me preguntó.

–Bueno, como investigador sólo deseo saber, pero como periodista quiero saber qué decir, y cómo hacerlo.

En ese momento me felicité por la ambigüedad de mi respuesta, que podría quebrar el nerviosismo y abrir un camino para el entendimiento. Por alguna extraña razón, mi interlocutor entendió algo parecido, porque su rostro se distendió y rápidamente me pidió disculpas por su aparente indiscreción.

Un buen rato más tarde me encontraba caminando lejos del gigantesco edificio con algunos papeles fuera de lo común dentro de mi portafolios.

Sin embargo, algo iba a ocurrir y así fue que poco después sonarían en distintos escritorios numerosos teléfonos. No podía sorprenderme demasiado, entonces, la recepción que me fuera brindada una soleada mañana de abril en la oficina del Vicecomodoro en retiro efectivo Echebeste, a la sazón jefe de la Dirección Nacional del Antártico.

Yo estaba allí rastreando uno de los denominados “casos perfectos” que las Fuerzas Armadas guardan en sus archivos. En la amplia recepción, y flanqueando al Vicecomodoro, me encontré con la inesperada presencia de siete militares de alto grado que no demostraron la menor sorpresa ante mi presentación. Tras los saludos de rigor, traté de iniciar una conversación:

 –Señores –me excusé– como no deseo robarles demasiado tiempo, me gustaría explicarles el por qué de mi visita.
–Fernández –me interrumpió Echebeste– no necesita explicarnos nada. Sabemos por qué está usted aquí.
Como imaginarán, nada había anticipado yo a la recepcionista. Y, por si todavía no lo saben, el por qué era lo que las Fuerzas Armadas argentinas guardaban sobre los objetos voladores no identificados.

El OVNI de la Antártida

Era el 3 de julio de 1965, cuando observadores científicos de tres países (Argentina, Chile y Gran Bretaña) vieron pasar sobre sus bases antárticas un objeto volador de características totalmente diferentes a las de los ya conocidos. Pero dejemos hablar a los protagonistas a través del comunicado que la Secretaría de Marina emitió el 4 de julio de ese año:

“Desde el Destacamento Naval Decepción, en la Antártida Argentina, fue observado el día 3 de julio a las 19.40 horas, un objeto volador de forma lenticular, aspecto sólido, coloración predominantemente roja y verde, por momentos en tonalidades amarillas, azules, verdes, blancas y anaranjadas. Fue registrado su desplazamiento en dirección general Este, por momentos cambiando al Oeste, a una altura de 45 grados sobre el horizonte y a una distancia aproximada de 10 a 15 kilómetros”.

“Destácase la ausencia de sonido, habiéndose observado en sus evoluciones variaciones de velocidad, así como haber permanecido estacionario, por momentos, en el espacio”.

“El objeto fue reconocido bajo condiciones meteorológicas que pueden ser consideradas excepcionales para esta época del año: cielo despejado, algunos estratocúmulos aislados y luna visible en cuarto menguante. El reconocimiento del OVNI fue efectuado por el observador meteorológico del destacamento, junto con diez personas más de la dotación. El intervalo de la observación fue de 10 a 15 minutos, pudiéndose tomar fotografías”.

“Personal del Destacamento Naval Antártico Orcadas, también observó en la tarde del mismo día el OVNI de referencia. El objeto se alejó en dirección general noroeste (arrumbamiento 330 grados y a una altura de 30 grados sobre el horizonte). Distancia del objeto estimada en ese momento: de 10 a 15 kilómetros”.

Esta información fue transmitida mediante dos radiogramas a la Secretaría de Marina, en Buenos Aires, ampliándose con la referencia a una observación previa del OVNI, efectuada en la víspera de los acontecimientos.

La Fuerza Aérea chilena reconoció que nueve miembros de la dotación de la base antártica Pedro Aguirre Cerdá, próxima al Destacamento Naval Decepción, observaron que brillaba con luz blanca y se desplazaba en zigzag en dirección sudoeste.

El fotógrafo de la base obtuvo diez diapositivas color a través de un teodolito y se registraron oscilaciones en el magnetómetro al igual que en el del Destacamento antártico argentino de las islas Orcadas. El OVNI –como lo consigna el comunicado chileno– dejaba a su paso una estela blanca y por momentos parecía estar detenido en el espacio.

Los británicos presenciaron el paso del objeto cinco minutos más tarde que en el destacamento argentino. Para ellos la coloración era rojo-amarillenta con variaciones al verde como el brillo de una estrella de primera magnitud.

Al día siguiente, periodistas de Buenos Aires se comunicaron con el comandante de la base Decepción, el entonces teniente de fragata Daniel Perissé quien dio su visión de los hechos: “Ver para creer. Nuestra posición es la misma que la de Santo Tomás; referimos únicamente lo que hemos visto. Un objeto como una estrella de primera magnitud se desplazaba hacia el norte con velocidad variable. A veces estático, pero con repentinas aceleraciones y cambios de rumbo, aunque siempre en dirección norte y con brillantes colores. Las características del objeto y su desplazamiento me permiten afirmar que no se trataba de un globo sonda, ni de una estrella, ni de un avión”. Por último agregó: “La observación fue puramente visual, pero de acuerdo con la información que dio la base argentina de las islas Orcadas, el fenómeno ha dejado sus registros magnéticos en los magnetobariómetros de la base. Creo que los datos contenidos en esa cinta magnetobariométrica son de una importancia extraordinaria”.

 Testimonio del Teniente de Fragata Miguel Sosa.

Retomando el hilo de estas declaraciones pude localizar a fines de febrero de l985 al que fuera en aquél momento jefe del destacamento de las islas Orcadas, Teniente de Fragata Miguel Sosa, cuando las pistas de este trascendente suceso parecían desvanecerse en el tiempo. Sosa recordaba el episodio como si hubiese sido ayer: “En Orcadas el objeto fue visto mucho menos tiempo que en la isla Decepción, pero se lo pudo apreciar nítidamente durante un término de 15 segundos. Fue exactamente a las 21:35 horas del día 3, es decir, cuando ya era de noche. El escaso tiempo disponible –agregó– impidió obtener fotografías. Lo que en cambio se registró fue una leve perturbación en los bariómetros del observatorio meteorológico”.

Como si hubiese estado esperando mi visita sacó de uno de los cajones de su escritorio un ejemplar del número 172 del Boletín Informativo de la Secretaría de Marina.
–Mire aquí –me señaló– éste es mi informe original.

Allí se acotaba que el objeto era redondo y de color blanco azulado y de un tamaño mayor al de una estrella de primera magnitud. Se movía de este a oeste con un desplazamiento parabólico. Al igual que Sosa, los expertos meteorológicos José Mazzuchelli y Eduardo Jarrier observaron el objeto, descartando de esta manera la posibilidad de una alucinación o un fenómeno atmosférico.

¿Qué vieron los chilenos?

Intercalado en el boletín encontré el recorte de un diario que reproducía las palabras del comandante Mario Jahn Barrera, de la dotación antártica chilena:

“Fue algo real, un objeto que se desplazaba a una velocidad asombrosa, hacía evoluciones, despedía una luz azul verdosa, causaba interferencias en los aparatos electromagnéticos de la base argentina, frente a la nuestra en un islote cercano. Esta es la segunda vez que observamos estos cuerpos celestes. El primero fue el día 18 de junio, luego este sábado, a las 9:30 horas. Fue en este último caso cuando toda la dotación –doce hombres– presenció el objeto, mientras hacíamos las mediciones de la atmósfera”.

“El aparato era de color rojo amarillento, variando al verde, al amarillo y al anaranjado. Estaba a corta distancia, en un ángulo de 45º respecto a nosotros, sobre el extremo norte de la isla, para luego desplazarse en un curso zigzagueante, y en una de sus evoluciones se detuvo en el aire”.

“Rápidamente, con los aparatos a mano, teodolito y anteojo de larga vista, observamos el objeto que se mantuvo quieto por el espacio de veinte minutos. El cabo Vladislao Durán Martínez, fotógrafo de la dotación, buscó rápidamente su cámara y tomó diez fotos que, según su experiencia, son perfectas”.

La información periodística de la época remarcaba las últimas declaraciones del militar trasandino: “Nuestra observación no se trató de una alucinación colectiva o de una psicosis. Estamos en la base por tareas científicas y lo que vemos tratamos de analizarlo desde ese punto de vista. Pero puedo decir que no era una estrella. Tenía un movimiento rápido y continuo. Para mí, era un objeto que no puedo identificar. Pertenezco a la Fuerza Aérea y mis conocimientos de aparatos construidos por el hombre no llegan a nada parecido, por su forma, su velocidad y su maniobrabilidad en el aire”.
 

Perissé desmiente a los astrónomos
 


Daniel Perissé
La valentía de estos hombres, que sosteniendo el contenido de sus observaciones provocaron los comunicados oficiales afirmando el avistamiento de OVNIs en los cielos antárticos, marcaría un hito en el ámbito mundial. Pero también surgieron otras voces que intentaron encontrar otras explicaciones al fenómeno. Así fue que miembros del Observatorio Astronómico de La Plata (provincia de Buenos Aires) afirmaron que lo visto era un satélite, probablemente el ECO II. Uno de ellos no dudó en afirmar a la prensa: “Nuestras autoridades nos han hecho quedar en ridículo ante el mundo científico todo con semejantes declaraciones. Eso les pasa por no consultar a los científicos”. Aquí vale la pena preguntarse: ¿Acaso los satélites se desplazan en forma zigzagueante, cambian de coloración, emiten destellos, dejan una estela de vapor, se mantienen estáticos, alteran magnetobariómetros o tienen forma lenticular?. No hay que olvidar que en la Antártida el personal destacado de los tres países también estaba compuesto por meteorólogos, geólogos y personas especialmente entrenadas para cumplir tareas de observación e investigación científica.
 
La Secretaría de Marina pareció no haber acusado recibo de las declaraciones de los astrónomos y mediante otro comunicado reprodujo los decires del teniente Perissé, agregando en su párrafo más sobresaliente: “Las características del objeto y su desplazamiento permiten afirmar que no se trataba de un globo sonda, ni de una estrella, ni de un avión. Las personas que vieron el objeto fueron diecisiete, entre los que se encontraban tres oficiales chilenos en la base Aguirre, que se hallaban en Decepción debido a que uno de ellos sufrió una fractura y debió recibir atención médica. Se ratifica que dos bariómetros del Destacamento Naval Orcadas acusaron para la hora de la visión perturbaciones del campo magnético, registradas por la cinta de tales aparatos”

Nunca volvió a hablarse de estos fenómenos, así como nunca trascendió que se exhibieran las fotografías Más de treinta años después cualquier oficial de prensa, de relaciones públicas o de inteligencia consultado en el edificio Libertad, sede de la Armada, responde a la requisitoria invariablemente con el mismo sonsonete: “Nosotros no sabemos nada”.

Siguiendo los pasos de la CIA

Si algo ha caracterizado a la Argentina en el tratamiento de estos fenómenos, es que el manejo de las opiniones oficiales se ha asemejado, casualidad o no, a la manipulación de la información hecha por la Fuerza Aérea norteamericana, antes, durante y después que la CIA (Agencia Central de Inteligencia) tomara cartas en el asunto.

Vale decir, entre 1947 (cuando el gobierno norteamericano creó el proyecto “Signo”, para el estudio de los OVNIs) y 1951, los comunicados militares admitían como “muy probable” la hipótesis extraterrestre del origen de los OVNIs.

Desde 1953 hasta 1959, la CIA, a través de la así llamada “Comisión Robertson”, planea el proyecto “Grudge” (que significa “rencor”, “ojeriza”, una elección sugestiva para el tratamiento del tema); entonces se resta importancia a los avistamientos y se ridiculiza a los testigos.

Unos años más tarde, cuando primero el mayor Héctor Quintanilla y luego el capitán Edward Ruppelt son puestos al frente del proyecto “Libro Azul”, la Fuerza Aérea estadounidense vuelve a tratar el tema como digno de atención pero sin despertar demasiadas expectativas. En 1969, en coincidencia con el tristemente célebre “Informe Condon”, se cierra el “Libro Azul” y se concluye que nada de los informes OVNI justificaba un estudio científico. Hasta que por fin, desde los años ochenta hasta nuestros días, antiguos militares retirados comienzan a destapar las ollas, y si bien oficialmente el gobierno americano no ha vuelto a expedirse al respecto, el apoyo que presidentes como Carter y Clinton han dado a los investigadores privados y la Ley de Libertad de Información han permitido que trasciendan numerosos informes de índole militar que revelan la preocupación existente entre los altos mandos ante la presencia de estos aparatos.

Los militares argentinos opinan
 
Antiguo ejemplar de la Revista Nacion al de Aeronáutica
 
En nuestro país ha ocurrido algo similar. Entre 1945 y 1955 las publicaciones oficiales o semioficiales (como la por entonces “Revista Nacional de Aeronáutica”, hoy “Aeroespacio”), alentaban la procedencia extraterrestre de los OVNIs. El Boletín Informativo del Comando General de Defensa Antiaérea, en el número 84, correspondiente a 1953, reproduce conceptos tomados de publicaciones especializadas norteamericanas, arribando a las siguientes conclusiones:
 
 “1) Discos, cilindros y objetos similares de forma geométrica, luminosos y sólidos, han viajado y muy probablemente sigan haciéndolo por la atmósfera terrestre. ¿Qué vienen a hacer?. Es algo que ningún mortal sabe. Hasta la fecha, sus exploraciones han sido de carácter pacífico, pero cabe preguntar: ¿Seguirá así la situación?”.
 
 “2) Globos de fuego verde, más brillantes que la luna llena, pasan frecuentemente por nuestro cielo. La tesis sostenida al principio por la ciencia de que se trataba de meteoros es inadmisible. La aviación militar norteamericana tiene poderosas razones para creer que son naves de retropropulsión, pero por la velocidad que alcanzan se deduce que su procedencia es extraterrestre”. (Recordemos que para su estudio los Estados Unidos lanzaron el llamado “Project Twinkle” – “Proyecto Centelleo”)
 
 “3) Estos objetos no pueden explicarse a través del término ambiguo de “fenómenos naturales, porque salta a la vista que fueron creados y son operados por una inteligencia superior a la humana, cuanto menos por el momento”.
 
 “4) Finalmente, no existe fuerza motriz en la Tierra que pueda igualar su velocidad”.
 
 El artículo que incluye esta información tiene el sugestivo título de “Los platos voladores no están sólo en las mentes” y puede encontrárselo codificado en la Biblioteca Nacional de Aeronáutica.
 
El número 615 de marzo-abril de 1954 del Boletín del Centro Naval incluye un artículo firmado por el capitán R. Clerquin del que se rescata, entre otros, este pasaje: “En resumen, por su variedad de velocidades, aceleraciones, maniobrabilidad e inmaterialidad, los platos voladores desafían las actuales leyes de la física, aerodinámica, resistencia de materiales y, si son habitados o tripulados, las de la fisiología humana”.
 
La Biblioteca del Círculo Aeronáutico, en su fondo editorial de la colección Aeronáutica Argentina, adquirió en 1955 los derechos del libro “Flying Saucers From Outer Space” (“Platillos volantes del espacio exterior”), del mayor de marines, retirado, Donald Keyhoe, publicándolo con traducción del capitán Jorge Milberg. Y en una serie de artículos publicados bajo su firma en la Revista Nacional de Aeronáutica, entre abril y junio de 1955, afirma textualmente: “En vez de decir que las opiniones aquí vertidas son responsabilidad de sus autores, permítaseme decir que todo lo que aquí se dirá cuenta con mi más firme aprobación y que en todo momento hago mías las palabras transcriptas o acepto la veracidad de los hechos relatados”. Bajo el título general de “Creer o no Creer”, lo que Milberg avala son las publicitadas declaraciones del polaco-americano George Adamski, quien afirmaba estar en contacto asiduo con venusinos llegados en sus naves, presentando fotografías que, para los organismos civiles de investigación, bien podrían tratarse de fraudes.
 
En este caso, la publicación refrendaría su autenticidad, y es más, también exhibiría, por primera vez cuanto menos, una fotografía jamás difundida de esa “nave venusina” con un comentario sobre la funcionalidad y practicidad de los componentes allí mostrados.

 

OVNIs en el aeropuerto de Córdoba
 

Ya en diciembre de 1954, la Fuerza Aérea Argentina había difundido la observación realizada el 25 de noviembre de ese año por un grupo de testigos calificados desde la torre de control del aeropuerto de Córdoba.
 
Por espacio de una hora fue divisada una extraña luz por el doctor Marco Guerci, jefe de la central meteorológica del citado aeropuerto; Hugo Bassoli, operador de la torre de control; Orfilio Moreira, auxiliar del aeropuerto en la sección Plan de Vuelo; Luis Rafael Gómez, radiooperador; Antonio Cubiles, radiooperador; Alberto Baxter, funcionario de Aerolíneas Argentinas y Amadeo de la Cruz Farías, sereno del aeropuerto.
 
Una media luna y una esfera luminosa permanecieron a la vista de los testigos –a los que al parecer de la Fuerza Aérea no puede calificarse de incompetentes– desde las 5:45 hasta que la creciente luz del sol las hizo desaparecer. A las 12:32 del mismo día, el operador de la torre de control, Dalmiro Santiago Castex, vio desfilar lentamente un objeto luminoso de color aluminio.
 
En julio de 1955 la Revista Nacional de Aeronáutica, en un extenso editorial dejaba sentada cuál era su posición asumida: “Nosotros –con encomiable prudencia– adoptamos una posición neutral, con tendencia a la credulidad”. No olvidemos que para entonces dicha revista era órgano de las autoridades militares; de hecho, según una ley vigente en nuestro país, la expresión “Nacional” sólo puede figurar en el nombre de un ente o institución de carácter estatal o militar bajo control directo de las autoridades de turno. El criterio de esa editorial habrá pesado cuando en febrero de 1957 en la misma publicación se reproduce el plano de las evoluciones de una flotilla de OVNIs sobre la Casa Blanca, asiento del gobierno norteamericano, según se vieron a través de las pantallas de radar de la torre de control del aeropuerto de Washington.
 
El comentarista del suceso desmiente la “explicación satisfactoria” que en los últimos meses había difundido el Proyecto Rencor, de que se trataba sencillamente de un “fenómeno atmosférico”.
 
Pero el rastreo de informaciones se detiene en 1961 con las apreciaciones del comandante Gustavo Alberto Ezquerra acerca de que quizás los extraterrestres nos conozcan mejor de lo que creemos. Extraño comentario. A partir de allí todo es silencio en las publicaciones oficiales.
 
Quizás honrosas excepciones fueron los sucesos de la Antártida, coincidentes con la actividad desplegada por el capitán Omar Roque Pagani, en el campo de la investigación, y del suboficial de la Fuerza Aérea Romualdo Moyano, en la recopilación de informes. Pero según los suministrados a la prensa por los respectivos Comandos en Jefe, el trabajo de estos hombres era “a título personal” y de ninguna manera comprometía la opinión de las fuerzas respectivas.
 
El informe Condon, el cierre del proyecto Libro Azul y sus secuelas hicieron que el silencio imperara en los ámbitos castrenses, o cuanto menos eso podía pensar el público, porque la realidad era otra. Crecían los archivos con casos denominados “inexplicados”, como clara reafirmación de que “otras” naves estaban surcando nuestros cielos.
Algunos militares entendieron que era necesaria una metodología para el estudio del problema y en una publicación de la Escuela de Comando y Estado Mayor de la Fuerza Aérea Argentina, el mayor Juan Carlos Sáez facilita la planilla de informes OVNI empleada por el ATIC (Aerial Technical Intelligence Centre, o Central de Inteligencia Técnica Aérea) con base en Edwards, Ohio, Estados Unidos. Sugería su empleo masivo por el personal militar.
 
Recién después de los setenta renace el interés, aunque siempre son más los “trascendidos” que las afirmaciones oficiales, pese a haberse producido sucesos que conmocionaron a la población, como la caída de un objeto no identificado en el cerro El Zaire en la provincia de Salta o la destrucción de una iglesia por un objeto volador en el pueblito de Londres, Catamarca.
 
Durante 1979, el entonces comandante en jefe de la Fuerza Aérea, brigadier Omar Rubens Graffigna, dio directivas al Capitán retirado Augusto Lima para que éste, hasta entonces oficial de inteligencia afectado a la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE) creara, dentro de ésta, la División OVNI.
 
El secreto de los archivos
 
El entonces jefe de prensa de la Armada, sin abandonar su sonrisa, se reclinó en el sillón, revolvió por enésima vez su ya frío café y repitió monocordemente: “No… aquí no sabemos qué pasó con el material sobre OVNIs… Supongo que habrá sido derivado a la CNIE o al Servicio Hidrográfico Naval”. Dos días después una situación parecida, esta vez en el Servicio Hidrográfico Naval y la misma frase: “Aquí no… debe estar en el edificio Libertad (sede de la Armada) o en la CNIE”. Hasta que por fin en la CNIE se cerró el círculo: “Nosotros tenemos el material OVNI de la Aeronáutica. El de la Armada lo tiene la Armada”.
 
En uno de los archivos que he tenido la suerte de consultar descubrí algunas pistas que contradicen aparentemente esta desorientación en lo que concierne al material ovnilógico.
En el mismo se encontraba un juego de copias de radiogramas (tomados a mano) de la Fuerza Aérea norteamericana y la Secretaría de Defensa de ese país solicitando informaciones ampliatorias sobre avistajes de OVNIs. También se guardaba una copia mecanografiada de un trabajo del teniente francés Plantier, con una detallada hipótesis sobre propulsión de platillos volantes. Hasta que por último, en dependencias de la Aeronáutica, tuve la posibilidad de encontrar un artículo del capitán Lucio Tello, denominado “Nuevas concepciones desafían al espacio”, donde la especulación físico-teórica sobre los sistemas de propulsión espacial del futuro es ilustrada con naves en forma de discos voladores. Y carpetas (cuya procedencia no me es posible explicitar) con casos realmente alucinantes.

El plato volador de Dudignac
 
El 20 de agosto de l955 el señor Francisco Navarro, residente de la localidad de Dudignac, provincia de Buenos Aires, se dirigió a la plaza central para tomar unas fotos de una casa de la vecindad, cuando observó que el centro del techo de nubes que estaban por encima de él parecía desplazarse con movimientos giratorios. Creyendo estar en presencia de algún insólito fenómeno meteorológico, tomó una placa que una vez revelada presentó difusamente el clásico “platillo” desplazándose entre las nubes.
 
El entonces interventor en la Dirección de Aeronáutica de la policía provincial, Capitán de Corbeta y aviador naval Santiago Salvador Ambrogio, dispuso extremar los recaudos para investigar el suceso. La conclusión final, fechada el 25 de octubre de ese año, dice: “Por lo expuesto, más lo agregado en el informe pericial de la sección Fotografía de esta policía, dedúcese que, en efecto, fue cierto el pasaje de un objeto aéreo desconocido en la localidad de Dudignac, provincia de Buenos Aires, el día 20 de agosto del corriente año aproximadamente entre las 9.30 y las 10 horas”.
 
Pero éste era sólo el inicio de la historia. La madeja de esta investigación comenzaba a desenvolverse brindándome resultados insospechados: casos nunca revelados por las Fuerzas Armadas hasta el presente y encuentros de militares argentinos con presuntos extraterrestres. Un material que había estado demasiado tiempo oculto bajo siete llaves de la opinión pública. Un material al cual, hasta entonces, ningún civil había tenido acceso.
 
OVNIs en la base naval de Puerto Belgrano
 
A principios de la década de los ’60, era jefe de la División de Informaciones de la Armada el Capitán Sánchez Moreno. Muchos años después, éstas serían sus palabras: “La Marina de Guerra mantiene desde 1952 una constante preocupación por este fenómeno de la aparición de objetos voladores no identificados en nuestros cielos, al igual que lo hace la Aeronáutica. En tal actividad, coincidimos con la preocupación que se guarda en muchos países del mundo. Lógicamente que no siempre las informaciones de los particulares pueden tomarse “al pie de la letra”. Teníamos instrucciones precisas acerca del registro de estos objetos, y a ellas nos ateníamos. Aceptábamos que debía guardarse cautela, fruto de la reflexión y del análisis de cada caso en particular”.
 
Preguntado el capitán Sánchez Moreno acerca del acopio de antecedentes respecto de la posibilidad de que estos objetos existan, respondió: “Particularmente, puedo decir que los he visto. Fue en febrero de 1955, en Mar del Plata. La observación la hicimos con un Capitán de Fragata y un señalero de nuestra marina. La percepción se repitió varias veces durante diez o doce minutos, tanto de noche como de día. Lógicamente, no se trataba de estrellas o planetas, sino de cuerpos móviles, de desplazamiento increíble y de irregularidad en su itinerario”. Y prosigue: “Bien, señor periodista, he de decirle que esta información que obra en su poder puede ser admitida. A ustedes los periodistas les corresponde investigar y corroborar. Para ello le hago saber que desde hace tiempo poseemos, entre otros, el testimonio de cuatro personas que nos merecen toda la fe y su relato coincide con los antecedentes del tema que obran en nuestro poder. Estas cuatro personas, viajando en automóvil a las 4.30 horas de la mañana, vieron tres objetos luminosos a una distancia muy cercana. Corrieron un tanto en la misma dirección del objeto que despedía una luz deslumbrante, a tal punto que dentro del vehículo cada pasajero podía verse y ver el interior como en pleno día. Y algo más; uno de ellos debió someterse a un tratamiento oftalmológico porque la intensidad luminosa hirió su retina”.
 
“Sabrán ustedes que esos “platos” –agregó– objetos o lo que sean, suelen verse sobre el horizonte. En este caso que les mencioné se vieron bajo el horizonte. Es decir, que se les distinguía claramente, teniendo como fondo la elevación del terreno, y lo más llamativo fue que se observó a uno de ellos realizar maniobras de ascenso y descenso”. La investigación, por lo visto, proseguía brindando datos hasta ahora insospechados.
 
En una de las páginas del “Manual de Informaciones”, publicación del Departamento de Acción Psicológica, impreso en los talleres gráficos del Servicio de Informaciones del Ejército (división de inteligencia y espionaje de la citada fuerza), en el ejemplar correspondiente al tercer bimestre de 1962, puede leerse el siguiente párrafo:
 
“Es de consignar que estos OVNIs fueron observados desde la base naval de Puerto Belgrano, donde inclusive su propio comandante, el contraalmirante Eladio Vázquez, fue testigo presencial de aquellas evoluciones, ocurriendo lo mismo desde la base aeronaval de Comandante Espora. Es de destacar, asimismo, el interés que siempre han despertado y mantenido las actividades de los OVNIs en nuestra Marina de Guerra, la cual desde 1952 mantiene una comisión encargada del estudio de estos problemas. Fue precisamente un integrante de dicha comisión, el Capitán de Fragata médico Constantino Núñez, el que partió desde Buenos Aires con la misión de recoger toda la información posible sobre las apariciones ocurridas en la región de Bahía Blanca entre el 21 y el 22 de mayo último”.
 
Naufragio extraterrestre

El 11 de agosto de 1964, el Capitán de Corbeta Saúl E. Salgado piloteaba un avión Beechcraft 5-G2. Hacia las 17 horas, volando a 2.550 metros de altura cerca del cabo Vírgenes, descubrió de pronto un artefacto luminoso, reverberante, que flotaba sobre el mar. Creyó, en principio, que se trataba de un barco reflejando los rayos solares, pero al verlo volar hacia tierra cambió de opinión, llamando entonces a la torre de control de Río Gallegos para preguntar si había algún avión en la zona; le respondieron que el único era un DC-3 naval, al que avistó enseguida delante de él. Intrigado, descendió notando que el OVNI se hallaba ahora a unos 50 metros del suelo, moviéndose “como un avión, lateralmente o bien hacia atrás”. El capitán Salgado decidió enfrentarlo, partiendo entonces aquél como una exhalación en dirección opuesta hasta perderse en el firmamento.
 
Unos años antes, el 11 de octubre de 1960, desde el Curtiss Super C-46 de Austral que realizaba el vuelo 803 Río Grande-Buenos Aires, el copiloto, Gonzalo Gil, había advertido un raro artefacto flotando sobre el mar. En esos momentos eran las 18.17 horas y volando a 2.100 metros se hallaba a 12 millas al sur del promontorio Belén, que domina un sector del golfo San Matías, en la provincia de Río Negro.
 
Sin disminuir la altura mencionada, el comandante Luis Bochatey efectuó un viraje, maniobra que permitió a ambos, como así también al radiooperador Labeta y al señor Mario Munlet –que viajaban en la cabina– observar burbujas en la superficie del mar, las que formaban una figura circular. No se advertía ya el cuerpo que motivara la advertencia del copiloto, pero aquello pareció indicar que se había realizado un movimiento de inmersión.
 
Dos semanas antes del incidente de cabo Vírgenes, se había producido una dramática instancia en alta mar. Fue el 28 de julio de 1964, cuando el capitán del barco noruego “Sumber” efectuó por radio un dramático anuncio: “¡Estamos viendo caer desde gran altura un artefacto extraño, al parecer en llamas!. ¡Se precipitará al mar!”. A su vez, cuarenta millas náuticas al sudeste de Puerto Rawson, desde el buque-tanque argentino “Cazador”, que navegaba desde Comodoro Rivadavia hasta el puerto de Buenos Aires minutos después de aquél llamado angustioso, cerca de las 21 horas, se escucharon voces en el agua como de personas en trance de ahogarse, a la par que se percibía un resplandor difícil de ubicar.
 
Y aunque se carecía de noticias en el sentido de que por las inmediaciones se hallara navegando otro barco, el capitán anunció: “Se inicia la búsqueda de náufragos, tarea que se ha de ver dificultada por la circunstancia que es noche cerrada”.
 
Nada pudo hallarse, ni siquiera con el amplio rastreo dispuesto por la Prefectura. Y aquí caben varias preguntas: ¿Se trataba en realidad de un verdadero accidente?. En caso afirmativo, ¿de un avión o un disco volador?. No se supo de pérdida alguna de aeroplanos o buques pesqueros. Si era un OVNI, ¿se accidentó o acuatizó?.
 
Los submarinos fantasmas
 
La Fuerza de Tareas de Instrucción, el 30 de enero de 1960, conducía a los cadetes de la Escuela Naval Militar que realizaban su crucero anual por el litoral atlántico. A las 9.30 horas, en proximidades de Golfo Nuevo, provincia de Chubut, tomó contacto sonar con un “probable submarino”.
 
Ante esta inusitada novedad, a partir de ese momento se efectuó, durante varios días, un patrullaje permanente por toda la zona, operación intimidatoria que llevaron a cabo el destructor “Cervantes” y los patrulleros “King” y “Murature”, tendiente a lograr que el intruso saliera a la superficie y pudiese ser reconocido y determinado su motivo para permanecer en aguas jurisdiccionales. En una oportunidad el aparato, emergiendo cerca del buque-taller “Ingeniero Gada”, dejó apreciar características extrañas: un alto cono, una especie de “kiosco” y lo que parecían ser cortos periscopios.
 
Cursadas comunicaciones a todos los países del globo, éstos respondieron negativamente a la posibilidad de tener fuerzas submarinas operando en la zona. El 15 de febrero, un vocero de la base de submarinos hizo el siguiente comentario a la prensa: “Cuando la Fuerza de Tareas que opera en el Golfo Nuevo comience con el empleo de las nuevas armas adquiridas en Estados Unidos, el submarino incursor se llevará una desagradable sorpresa. Hasta ahora ha venido combatiendo con ventaja; este juego del gato y el ratón se ha prolongado por dieciséis días”.
 
¡El gato y el ratón!. Sin darse cuenta, dicho vocero había puesto el dedo en la llaga. Es que a idéntica comparación recurren los pilotos norteamericanos después de perseguir infructuosamente con sus aviones a los OVNIs. El halagüeño vaticinio no se cumplió. En las jornadas siguientes una profunda consternación fue creciendo en los medios locales de la marina, pues pese al empleo de los para entonces modernos y específicos armamentos adquiridos, la caza dio resultado negativo. El día 25 la Secretaría de dicha arma anunció la finalización de las operaciones, “sin que ello signifique que la Armada Nacional haya fracasado en el cumplimiento de su misión de resguardar nuestra soberanía en el mar” (¿?).
 
El problema de los submarinos extraños se había iniciado ya el 21 de mayo de 1958, cuando la fuerza de destructores localizó, con sus equipos de escucha subacuática, al noreste del pequeño puerto de Cracker, un objeto navegando en inmersión. El entonces Presidente de la Nación, doctor Arturo Frondizi confirmó, en conferencia de prensa del día 23, la grave noticia.
 
Posteriormente, y luego de que en abril del año siguiente las autoridades de Puerto Belgrano dispusieran una investigación a raíz de las declaraciones efectuadas por tripulantes de buques petroleros en el sentido de haber avistado objetos misteriosos al sur de Bahía Blanca, la Marina de Guerra realizó una acción violenta contra los supuestos invasores.
 
Así, el 19 de octubre, la fragata “Heroína”, operando frente a Comodoro Rivadavia luego de obtener un contacto de sonar y percibir “algo así como una torreta”, abrió fuego con su artillería aunque sin resultados visibles. Aquella se sumergió, pero el contacto fue retomado a la 1:46 horas del día 20, oportunidad en que se reinició el ataque con armas de proa (“erizo”) y cargas de profundidad. En esa misma jornada, el torpedero Buenos Aires estableció por detección de sonar la presencia de cuerpos extraños entre Puerto Madryn y Ushuaia, lanzando cuatro sonoboyas para dejar demarcada la última ubicación consignada.
El comando de Operaciones Navales dispuso entonces la exploración aérea y la constitución de la Fuerza Antisubmarina –de caza y ataque– concentrando al portaaviones “Independencia” y a la fuerza de destructores.
 
El 18 de enero de 1961, dos destructores se hallaban realizando maniobras a unos 80 kilómetros de El Rincón, cuando a las 10:45 horas fue detectado un “objeto cilíndrico” navegando con rumbo 180º. Se hizó entonces un gallardete negro que advierte “me dispongo a atacar” lanzándose una “rosa” completa de cuatro bombas. Comenzó así una persecución de dos horas, pero el misterioso visitante se desvaneció en las pantallas del sonar.
 
“¡Pasó por debajo del buque!”
 
 
Un Victory
Un barco mercante, el “Naviero”, (antiguo “Victory” fabricado en los Estados Unidos en 1945) regresaba del puerto de Zëebrugge, Bélgica, donde había embarcado pólvora para Fabricaciones Militares, detonadores para YPF y cohetes para Aeronáutica. Dicho carguero, perteneciente a la empresa Líneas Marítimas Argentinas (ELMA) llevaba una tripulación de cuarenta personas. Siendo las 22:15 horas tiempo de Greenwich (18:15 hora argentina) del domingo 30 de julio de 1967, se hallaba al sur de Santa María Grande, a 150 millas náuticas de la costa brasilera, surcando las aguas a 17 nudos de velocidad.
 
El capitán de la nave Julián Lucas Ardanza (más de veinte años de navegación) se encontraba en su cabina, cenando con la tripulación –menos aquellos que se encontraban de guardia–. De pronto recibió un apremiante llamado: desde el puente de mando lo requería el Primer Oficial Jorge Montoya.
 
Subió inmediatamente. A estribor se desplazaba un objeto oscuro que los dos marinos observaron desde el puente, haciendo conjeturas sobre su naturaleza. No poseía ni periscopio ni torreta como los submarinos; no podía ser una ballena, porque carecía de curvas en el movimiento del cuerpo y estos animales se alejan ante el ruido de las máquinas. Era “un cuerpo sólido navegando que obedecía a leyes de velocidad y desplazamiento”, aunque no pudiera saberse si se hallaba tripulado.
 
Se divisaba con bastante nitidez. Alargado, con forma de habano, de él surgía una densa luz entre celeste y blancuzca, a la altura de la proa del “Naviero”, desarrollaba su misma velocidad silenciosamente, sin producir estela sino una fluorescencia blancuzca. Su largo era de treinta metros y su ancho de cinco.
 
Al cabo de quince minutos, aquel “acompañante” misterioso realizó un movimiento de retroceso, colocándose a la altura de la mitad de la nave. Luego giró hacia la derecha, aumentó imprevistamente su velocidad… ¡y pasó por debajo del casco!. Temiendo ser embestidos, los marinos corrieron a babor a tiempo para verle desaparecer a la altura de la bodega número 2, con rumbo aproximado a 145º, a una velocidad de 25 nudos (cinco más de lo que podía dar el carguero), para finalmente desaparecer.
 
La insólita novedad fue transmitida por el operador de radio Elías Rabinovich a las autoridades argentinas, como así también al Brasil, por haber ocurrido en sus aguas jurisdiccionales. La embarcación no contaba con sonar para detectar cuerpos sumergidos. Los testigos fueron únicamente dos personas; al resto de la tripulación se le informó posteriormente, con calma, para no crear una peligrosa psicosis. Aquellos calcularon que la distancia inicial fue de treinta metros, y que el objeto pasó por debajo del casco a unos quince metros de profundidad.
 
El “Naviero” atracó en la dársena S, sección 4ta de Puerto Nuevo, el 2 de agosto a las 23:15 horas.
 
Desaparece el T-48
 
El 3 de noviembre de 1965 un Douglas DC-4 piloteado por los comandantes Renato Felipa y Miguel Moyano, llevando 69 pasajeros entre tripulantes, oficiales y cadetes de la Escuela de Aviación Militar argentina que hacían el viaje final de estudios, desaparecía misteriosamente al sobrevolar las selvas de Talamanca, en Costa Rica. El lugar es cercano al denominado Triángulo de las Bermudas.
 

Un Douglas DC-4, idéntico al T-48 desaparecido

En una conferencia dada meses después, Dante Cafferatta, ex marino argentino, luego de historiar la pérdida de cuatro aviones norteamericanos en el año 1958, añadió: “¡Esto ocurrió exactamente dónde desapareció nuestro T-48, señores. Y la Fuerza Aérea sabe muy bien que el último mensaje del piloto decía: “El radiocompás se muere”, es decir, que no tenía alimentación pues había desaparecido toda forma de energía. Volaba en una especie de zona muerta, exactamente la misma donde han sido avistados platos voladores que de pronto parecen precipitarse, ¡como plomo en la profundidad de la selva!. Creemos firmemente que los cadetes del T-48 están vivos, raptados por seres extraterrestres. Es hora que, con la ayuda militar o sin ella, intentemos tomar contacto con estos extraños visitantes para saber quiénes son y qué buscan en la Tierra”. Sin embargo, creemos que estas afirmaciones de Cafferatta son difícilmente comprobables.

Nueve años más tarde, en noviembre de 1974, la “Comisión Pro Búsqueda del Avión T-48”, solicitó una audiencia con el Poder Ejecutivo Nacional, acusando a un alto oficial, tripulante del T-43 que acompañaba a la máquina siniestrada, de haber impartido estrictas órdenes prohibiendo todo comentario sobre el suceso. Imputó asimismo a los gobiernos del país y altos mandos de la Fuerza Aérea, el asumir sistemáticamente, “por una razón que nos parece inexplicable”, un papel obstruccionista en la investigación del hecho.

No obstante, no sería coherente con toda la información que a mí me ha llegado sobre este caso, si no citara las palabras de una docente de la ciudad de Paraná, provincia de Entre Ríos, cuyo nombre por hoy me reservo, hermana de uno de los cadetes involucrados en el luctuoso suceso quien, muchos años después, me comentara las sospechas –mantenidas también por su padre, el mismo alto oficial de la aviación que en dos oportunidades integró expediciones de búsqueda en la selva costarricense– de que lo acaecido se habría debido a que desde Panamá, a la sazón fuerte asentamiento militar norteamericano en plena paranoia de la Guerra Fría, se le habrían disparado misiles interceptores ante la presunción de tratarse de una incursión aérea cubana, silenciándose todo después al descubrirse el trágico error; añadiría yo que entonces por medios indirectos la misma inteligencia militar norteamericana pudo haber dado pábulo a los rumores de OVNIs para confundir y desviar la atención pública de los motivos reales. Extrapolando, puedo entonces suponer que buena parte, sino toda la leyenda y saga del Triángulo de las Bermudas podría haber sido una operación de contrainteligencia, una hábil y eficacísima mascarada para ocultar toda acción bélica ultrasecreta en la zona, todo accidente fortuito, toda agresión con contenido político más que militar contra el régimen de Castro. Total, cualquier cosa extraña que ocurriera podría ser achacada a los extraterrestres. Es más; dado que la prensa no tomaba el asunto demasiado en serio, el temor al ridículo inhibiría a investigadores independientes de andar preguntando demasiado.

Pero también es cierto que no se despejan así ciertas dudas. ¿Porqué cae el T-48 y no el T-43 que lo acompañaba?. Más allá de la dependencia económica, cultural y política que teníamos con el gran país del norte por aquellas fechas, ¿no hubo ninguna filtración de información de esta segunda tripulación aun en décadas posteriores?. ¿Porqué habrían de disparar si no estaban en cielo yanqui?. Por más que el intento de evitar los comunes frentes de tormenta llevara a los aviones a alterar el plan de vuelo asignado, ¿se disparó sin más ni menos?. ¿No es lógico suponer que de ambas partes se habrían hecho todos los intentos radiales posibles y buscado establecer contacto visual antes de atacar, a sabiendas de que si esa presunción –la de la invasión soviética a través de Cuba– fuera cierta, el derribar sus aviones fuera del espacio aéreo estadounidense sería la excusa ideal para tomarlo como un acto de guerra, con consecuencias imprevisibles?. Y, finalmente, ¿cómo en épocas de libertad periodística donde tantos colegas gustan de resucitar “misterios” del pasado reciente y reinvestigarlos, donde las revistas suelen ocupar páginas rememorando asesinos de principio de siglo, huelgas sindicales de la década infame, catástrofes inexplicadas o escándalos naufragados tiempos ha en las procelosas aguas de los tribunales argentinos, a nadie se le haya ocurrido repasar este episodio buscando protagonistas que al paso del tiempo aportaran sus recuerdos?.

Disparen sobre los alienígenas

Era poco antes de las dos de la madrugada de ese 19 de julio de 1968 cuando un amplio sector que cruza el arroyo Tapalqué, en las cercanías de Olavaria, provincia de Buenos Aires, fue iluminada por un amplio resplandor, acompañado de un extraño zumbido cada vez más intenso. El cabo principal Menéndez, que en ese momento tapalquéprocedía a relevar a su compañero de guardia del Regimiento 2 de Tiradores de Caballería Blindada “General Paz” advirtió, asombrado, el raro fenómeno. Apresuradamente, con otros testigos más, informaron al oficial de servicio.
 
 
Armados con ametralladoras PAM y un jeep descubierto, se dirigieron al lugar del hecho. Una vez allí, comprobaron con sorpresa y a pocos metros de altura, las evoluciones de un objeto ovalado, plano y con patas cortas en los bordes, que emitía destellos multicolores a su paso.
 
De pronto, con movimientos inteligentes y a una vertiginosa velocidad, giró en forma vertical al terreno, para aparecer momentos más tarde a espaldas del sorprendido grupo, o sea, interponiéndose en su camino de retorno hacia la guardia, posándose cerca de unos arbustos detrás de la pista de aterrizaje de aviones que utiliza la fuerza militar en ocasiones de emergencia (otras versiones indican que lo hizo en la pista misma).

Hay que aclarar aquí que este tipo de pequeñas diferencias en un caso tan asombroso es aceptable debido al grado de excitación de los testigos.

Al dar un giro de 180º sobre sí, los efectivos militares, –siempre según los oficiosos informantes– se encontraron con que junto a una extraña nave de color ahora plateado, que había mermado su extraordinaria luminosidad, estaban parados tres seres de aspecto humanoide que medían más de dos metros de altura y llevaban puestos plateados uniformes. Estos, con pasos lentos, dando la impresión de poca estabilidad por sus bamboleos, hicieron cierto ademán de avanzar sobre la comisión. Y, en una reacción previsible ante la nerviosidad existente en el grupo, el cabo Menéndez habría apretado el gatillo de la PAM que tenía a cargo, alcanzando a disparar cinco tiros contra los ocupantes del OVNI.

Estos desconocidos entonces habrían alzado una mano, mostrando una pequeña bola iluminada, sintiéndose todos los testigos invadidos por una sensación de desgano y cansancio, incapacitados de volver a usar las armas, sin llegar a determinar si esto se debió al trastorno psicomotriz que les afectó.

De acuerdo con las versiones, todas coincidentes, los seres se habrían dirigido de nuevo hacia el objeto, sin demostrar en absoluto que los proyectiles disparados contra ellos hubiesen hecho efecto alguno, introduciéndose en el artefacto y reanudando el viaje con un despegue a gran velocidad. Recién entonces la comisión militar parece haber recuperado las facultades y retornó a Olavaria para relatar a sus superiores el fantástico suceso. Se encontraba de guardia el Mayor Catani y, en ese entonces, era jefe de la unidad el Teniente Coronel Luis Máximo Prémoli.

El caso Niotti

Este caso es especialmente interesante, por tres razones fundamentales:

1) El testigo: Capitán Hugo Francisco Niotti, oficial de aeronáutica que a la fecha del suceso (3 de julio de 1960) prestaba servicio en la Escuela de Suboficiales con asiento en Córdoba, y que dirigiéndose al pueblo de Yacanto observó un cono oscuro, horizontal al suelo, de velocidad de cinco a siete kilómetros por hora, y una aceleración final rápida que lo llevaría a unos doscientos kilómetros por hora en tres segundos, y a una altura de diez a quince metros. Obtuvo una fotografía con película de 35 mm, de 21 DIN, con diafragma de 2,8 y 1/60 de segundo de velocidad, distancia en infinito.
 
 
2) El primer análisis: Realizado en agosto de ese año por técnicos fotógrafos del Servicio de Informaciones de Aeronáutica. Dice en sus párrafos sobresalientes: “…Del examen efectuado se desprende que el proceso de revelado de dicho negativo ha sido normal, pudiéndose afirmar, sin lugar a dudas, que existe el registro de un objeto que bien puede estar relacionado con lo expresado por el nombrado oficial. En cuanto al hecho de aparecer más oscura la base del cono –más oscura que el color gris o parduzco que el capitán Niotti observó en el objeto– podría atribuirse, en principio, a sensibilización de la película fotográfica por influencia de radiaciones no comprendidas en el espectro luminoso y de naturaleza desconocida”.
 
3) El análisis final: Fue efectuado por una institución norteamericana, denominada GSW (Ground Saucer Watch) que ha desarrollado un programa para el análisis computarizado de fotografías de OVNIs a partir de sistemas de ampliación y refuerzo de fotografías satelitales. Este programa resolvió en colores los “pixels” o células fotográficas de la placa original y analizan, por orden; densidad del objeto, temperatura del mismo, análisis espectrográfico, tamaño real y distancia a la cámara. De este análisis se desprende que Niotti fotografió un aparato autopropulsado voluminoso, sumamente denso, constituido por aleaciones indeterminables y con un sistema de impulsión no convencional, ya que se manifiesta –a la computadora– con una periferia fuertemente energética que no puede identificarse con ninguno de los sistemas de traslación conocidos.

 ¿Qué estamos investigando?


La preocupación es compartida por todos, organismos civiles y Fuerzas Armadas. No sería extraño que alguna vez se juntara lo mejor de ambas partes para acercarnos, aunque sea sólo un poco más, a la gran búsqueda del hombre: el conocimiento sobre lo que hay más allá.

La información que voy a adelantar en estas líneas todavía está calificada de confidencial, razón por la cual no reproduciré los nombres de sus protagonistas.
 
Los cinco casos en estudio ya han sido verificados y las fuentes consultadas al respecto son absolutamente confiables.
 
El primero de los casos ocurrió a mediados de abril de 1982, durante el conflicto bélico angloargentino en las Islas Malvinas. Tres oficiales del Ejército se desplazaban en un camión Unimog en las cercanías de Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut, cuando el motor comenzó a fallar sin una causa evidente. Era noche casi plena cuando los reflectores del transporte militar iluminaron a tres seres de aspecto humanoide.
 
Para tener una mejor idea de las características de estos seres, la descripción hecha por el personal militar a sus superiores los hace coincidentes con lo que en ovnilogía conocemos como Tipología I, es decir, pequeños, de alrededor de un metro de estatura y cráneo hiperdesarrollado.
 
Al notar la presencia del vehículo, éstos subieron a un objeto similar a una nave que no emitía ninguna luminosidad, suspendida en el aire a pocos metros del piso, haciéndolo por un “tubo” o “pasillo” de luz que sorprendía y lentamente salió de la parte inferior del OVNI. Flotaban en y por él, y en pocos segundos una especie de puerta-trampa los hizo desaparecer de la vista de los atónitos uniformados. De inmediato la nave se alejó hasta perderse de vista.

La segunda historia tiene una amplia conexión con los sucesos relatados en Bahía Blanca y el litoral marítimo bonaerense, ya que ocurre en cercanías de la base aeronaval de Punta Indio. Por lo que tengo entendido nunca fue revelado hasta ahora.
 
Corría el año 1963, cuando en una de las muchas apariciones de OVNIs en la zona, un avión Gloster Meteor se encontró en vuelo con un platillo volante. El contacto radial con la base se hizo bastante dificultoso, pero ambos objetos –al principio separados por una distancia considerable– eran captados con claridad por el radar. El OVNI representaba una mancha mucho mayor en la pantalla. En un momento dado, ambos “ecos” comienzan a acercarse peligrosamente hasta que, para sorpresa de los técnicos militares de la torre de control, las dos “manchas” en la pantalla se convierten en una sola, que sale impulsada a gran velocidad fuera del alcance del radar.

Durante largo tiempo se intentó rastrear al avión desaparecido, pero el misterio más absoluto envolvió el destino de la máquina y el piloto.

Existe la evidencia física proporcionada por el radar, que según se comprobó después funcionaba correctamente. Si bien en este sentido los informes son algo confusos, un campo de nubes –que el piloto había atravesado antes de ver al objeto volador no identificado– impedía todo contacto visual desde tierra.

Lo sorprendente es que los militares suponían que al juntarse los “ecos” en la pantalla se debería haber producido la lógica colisión. Pero no fue así.

Oficialmente, nada fue informado sobre este suceso, nada que saliera de lo normal en el caso de pérdidas de aviones en vuelo. Nunca se supo nada más sobre la máquina y el piloto e imagino, quizás irresponsablemente, a una viuda resignada recibiendo una medalla post-mortem, una bandera plegada y una pensión generosa a cambio de contentarse con un informe rápidamente pergeñado en épocas donde no era muy saludable cuestionar demasiado a los militares argentinos.

El sargento secuestrado en el sur


A principios de la década del ’70 un avión militar “Guaraní”, con cuatro tripulantes realizaba un vuelo entre Paraná, Entre Ríos, y la base aérea de Morón, provincia de Buenos Aires, cuando fue virtualmente perseguido por un OVNI. El piloto recuerda a la nave con claridad, de tipo elíptico que no parecía tener luz propia, sino “como” reflejada (aunque no supo ser más claro al respecto de dónde o de qué).
 
Según el testimonio del protagonista, en un momento tanto él como sus compañeros de vuelo pierden contacto con la realidad. Esa falta de conocimiento duró mucho tiempo, hasta que despiertan –doscientos kilómetros después– y alcanzan a ver nuevamente el extraño objeto alejándose de su trayectoria.

Surrealista, bizarro. Espectral. Un avión con sus motores ronroneando atravesando la diáfana atmósfera junto a un sombrío y silencioso acompañante, con cuatro hombres inconcientes en su interior, en el interior de lo que, si los alienígenas perdían el control, sería un metálico y achicharrado ataúd.

Los únicos recuerdos de esos momentos que conserva nuestro confidente fueron los de esos instantes previos y finales, ya que misteriosamente, las sesiones de hipnosis que declama habérsele realizado por exigencia de sus superiores a efectos de relatar todo lo que hubiera quedado registrado de la experiencia en su mente subconsciente, no aportó ningún dato. En pocas palabras, su memoria había sido prácticamente borrada.

Por último este tipo de avión no llevaba piloto automático, entonces, ¿cómo siguió volando a la altura y dirección correctas?.

Para los ovnílogos memoriosos, este caso recuerda extrañamente el del piloto privado Carlos Núñez, quien en l978 vivió una experiencia similar cerca del aeropuerto internacional de Acapulco, México, sólo que en este caso –quizás por tratarse de un protagonista civil y un ámbito estrictamente aerocomercial– trascendieron otros detalles, como la grabación que la torre de control hizo entre ellos mismos y una supuesta inteligencia extraterrestre que “controlaba” al piloto quien, igualmente inconciente, permanecía en la cabina mientras dos objetos brillantes acompañaban su vuelo, en un psicodélico diálogo con los controladores de tráfico aéreo (yo mismo no sólo he escuchado esta cinta sino la he puesto decenas de veces al aire en mis programas radiales y televisivos). Hubo otro corolario, el piloto fue durante semanas sistemáticamente asediado por “Hombres de Negro” decididos a obligarlo a guardar –como de hecho viene haciendo– silencio sobre el suceso después de las primeras entrevistas periodísticas a que se ofreció.

Algo similar ha de ocurrir, entonces, con el episodio siguiente, donde muchos apasionados enarcarán con extrañeza una ceja, preguntándose si no estaré re-relatando el conocido caso Valdez, casualmente ocurrido ese mismo año de 1978 en Chile, donde un cabo del ejército trasandino fue secuestrado literalmente por un OVNI con una extraña aberración temporal. No, no confundo los tantos; éste es otro caso, extrañamente similar.

Es el llamado “caso de Pampa del Castillo”. Tres suboficiales del ejército aprovecharon un franco y deciden salir de cacería. Para quienes desconocen el lugar, Pampa del Castillo se encuentra en la provincia de Chubut, entre Colonia Sarmiento y Comodoro Rivadavia. Una meseta desértica, azotada incesantemente por el viento, donde extrañamente sobreviven algunos guanacos, ñandúes, pumas y decenas de liebres patagónicas.

En un determinado momento, ya entrada la noche, observan el desplazamiento de una nave que desprende gran luminosidad y que se posa cerca del lugar donde estaban. Un sargento sale al encuentro del objeto, mientras la luz se hace tan intensa que obliga a los otros dos militares a cerrar los ojos. Cuando los vuelven a abrir, descubren que ni la nave ni su compañero se encontraban en las proximidades. Lo buscan largo tiempo hasta que deciden volver a la guarnición a denunciar el hecho a sus superiores.
 
Tres días más tarde, a 150 kilómetros del lugar de los acontecimientos, es encontrado el sargento, caminando bamboleante y sufriendo un tipo de amnesia parcial. Sometido a largos estudios, su mente se encontraba, en lo que a este episodio respecta, en un blanco total. ¿Qué había ocurrido en esos tres días?. Nadie lo sabe.

Una historia más. Hemos mantenido contacto con un tripulante de un buque de la ex ELMA (Empresa de Líneas Marítimas Argentinas), que se acercó para relatarnos un suceso totalmente fuera de lo normal.

La nave, que surcaba el mar a la altura de Guayaquil, Ecuador, con total personal argentino a bordo, comenzó a registrar una falla importante en la sala de máquinas. En pocos instantes más, una gran luz cubrió todo el barco, haciendo que la noche prácticamente se convirtiese en día.

El capitán, sin esperar más decidió llamar a zafarrancho, con lo que todos los marinos se pusieron sus chalecos salvavidas y salieron a cubierta a tiempo de presenciar un espectáculo impresionante: “Una luz más pequeña se desplazaba en forma pendular de proa a popa y de popa a proa”. Este hecho se prolongó por espacio de cinco minutos, hasta que, de la misma manera que había aparecido, desapareció lentamente, perdiéndose en el mar.

Muchos se preguntarán si no se habrá tratado de una confusión con un fenómeno natural. No lo creo, por la cantidad de información y el largo período de observación que permite, dominado el temor y la ansiedad inicial, racionalizar lo que se está viendo, sumado al hecho de que nuestro testigo tiene más de veinte años de experiencia de navegación por todos los mares del mundo.

Dentro del material que hemos recibido nos llamó mucho la atención el “Formulario de información técnica sobre Objetos Voladores No Identificados – OVNI”, editado por la división Impresiones de la Secretaría de Marina, Armada Argentina, Estado Mayor General Naval, Servicio de Inteligencia Naval (sin fecha de pie de imprenta, aunque infiero, por la tipografía de plomo y la fuente y cuerpo empleada, así por el estilo general de diseño, que será cerca de 1965). El ejemplar, que obra en nuestro poder, tiene la numeración 2630 y en su página 1 contiene el siguiente texto: “El siguiente cuestionario ha sido confeccionado de manera que usted pueda dar toda la información que sea posible con respecto a Objetos Voladores No Identificados que haya observado (se entiende por OVNI a cualquier objeto en vuelo que, por funcionamiento y características aerodinámicas así como rasgos insólitos, no esté de acuerdo con proyectiles, aviones, objetos o fenómenos atmosféricos conocidos). Trate de contestar todas las preguntas que pueda. La información que usted dé será utilizada con propósitos de investigación y considerada material confidencial. Su nombre no será usado sin su permiso, en conexión con cualquier declaración o publicación que se haga sobre el tema. Este cuestionario, una vez llenado, debe ser enviado a: Servicio de Inteligencia Naval, Bartolomé Mitre 1465, Buenos Aires”.

Aún hoy conocemos muy poco del material que la Armada recogió e investigó. Seguramente debe formar parte de algún archivo, de esos que acumulan expedientes polvorientos aún clasificados como “secretos”.

En julio de 1962 un extraño objeto volador descendió hacia el aeropuerto de Chamba Punta, en la provincia de Corrientes. El director del aeropuerto, Luis Harvey, ordenó inmediatamente que se despejase la pista de aterrizaje. En unos pocos momentos un OVNI descripto como “un objeto perfectamente redondo” se aproximó a alta velocidad. Luego se detuvo y permaneció estable en el aire durante tres minutos. A pesar de que la Fuerza Aérea había sido alertada, no fue intentada ninguna intercepción. Pero desgraciadamente, algunos testigos excitados corrieron hacia el objeto para efectuar una inspección más de cerca y el plato volador despegó a toda prisa.

Aquél mismo año, el 22 de diciembre, se llevó a cabo un aterrizaje en el aeropuerto Internacional de Ezeiza, provincia de Buenos Aires. En la oscuridad previa al amanecer, un reactor comercial DC-8 de Panagra estaba efectuando su aproximación para el aterrizaje. Cuando se encendieron las luces del aeropuerto, los pilotos se sintieron muy asombrados al ver un objeto con forma de disco posado al extremo de la pista.

Cuando el capitán llamó a la torre, un controlador de tráfico dijo que aquél artefacto acababa de aterrizar. Dado que el OVNI estaba bloqueando la pista, el capitán hizo subir su aparato para iniciar un giro alrededor del campo. Durante un minuto más el aparato permaneció en tierra, iluminado por las luces de aterrizaje. Los pilotos del DC-8 esperaban ver cómo los vehículos del aeropuerto corrían a lo largo de la pista… o que al menos se acercaran cuidadosamente al disco volador. Pero, sin que nadie apareciera, el platillo se alzó lentamente y subió hasta perderse de vista.

“Triángulo mortal” en Argentina


En 1978 la editorial Cielosur, de Buenos Aires, publicó el que fuera mi segundo libro, “Triángulo mortal en Argentina”. En él aventuraba la quizás arriesgada hipótesis de triángulo que existían en nuestro país ciertas “ventanas” o “pasajes” análogos, para mí, al aún fascinante “Triángulo de las Bermudas”. Así, en ese libro volqué mi extensa investigación sobre el particular, tanto en el terreno –creo que ese año recorrí más kilómetros que en los diez posteriores de mi ya de por sí andariega vida– como en archivos propios y ajenos. Y en el mismo, cité algunos testimonios que militares ya retirados me habían facilitado. Los incorporo aquí, no solamente por la credibilidad que me merecen, sino porque abren otros capítulos que no exploraré aquí, plantean otros interrogantes que ameritarán oportunamente extendernos sobre el particular.

El 22 de mayo de 1962, una formación de aviones de la Armada que volaba cerca de la base aeronaval Comandante Espora, a pocos kilómetros de Bahía Blanca, observaron a varios objetos no identificados durante treinta y cinco minutos, en vuelos rasantes cerca de los mismos comandados por el Teniente instructor Galdós.

El piloto alumno Eduardo Figueroa vio un objeto anaranjado que se movía según un rumbo oscilante por debajo del horizonte del avión. Intentó perseguirlo, pero se le escurrió.

El alumno Roberto Wilkinson, volando a cuatro mil pies, informó que su carlinga fue súbitamente iluminada por un objeto situado detrás del avión. Un OVNI luminoso pasó entonces por debajo del aparato, perdiéndose de vista sobre las luces de la ciudad. Durante su observación, la radio dejó de funcionar.

En tanto, la torre de control preguntaba al comandante de la escuadrilla si veía algo en el cielo. El interpelado contestó que veía un disco u objeto luminoso y circular, de color anaranjado y del diámetro aparente de la luna, a unos treinta grados sobre el horizonte y encima de Bahía Blanca. El OVNI, entonces, se desplazó hacia el sur, perdiéndose en la lejanía.

El 2 de noviembre de 1963 desde la popa del transporte de la Armada ARA Punta Médanos fue vista una enorme aeronave, que no pudo ser identificada. El inmenso OVNI era redondeado y se movía a gran velocidad. No mostraba luces de posición ni emitía el menor ruido.

Cuando apareció la máquina desconocida, las agujas de los compases magnéticos del buque se desviaron súbita y simultáneamente, apuntando hacia la misma. La energía que causó esta interferencia electromagnética viene significada por la distancia a que se hallaba el OVNI que, según el informe de la Armada, se encontraba a dos mil metros del barco.

Cuando el OVNI desapareció y los compases volvieron a su posición normal, el comandante del transporte se comunicó por radio con el comandante en jefe de la Marina de Guerra. Éste se mostró preocupado, al punto que ordenó al Servicio Hidrográfico que efectuase una investigación a fondo. La nave se encontraba navegando frente a Bahía Blanca cuando ocurrió el hecho.

En mayo de 1973, un avión de combate perteneciente a la base de Puerto Belgrano, a pocos kilómetros de Bahía Blanca, desapareció sobre el mar sin que jamás se volviera a saber de él. Lo interesante es que en los dos meses anteriores y dos posteriores se obtuvieron seis fotografías de cuerpos luminosos que se paseaban despreocupadamente sobre esa populosa localidad. Casi todos sus habitantes, herederos de una larga tradición “platillista”, habían visto las extrañas luces evolucionando en el cielo, y los comentarios extraoficiales de militares que informaban que, periódicamente, los radares de la base nominada o los propios pilotos en vuelo observaban, registraban y perseguían OVNIs, fue creando un ambiente muy similar a una psicosis. La desaparición del caza fue la chispa que cayó sobre el barril de pólvora, y la explosión subsiguiente debe haber reportado beneficios a todos los sectores implicados: a los mercachifles que se autotitulaban “investigadores de extraterrestres”; a los paranoicos que afirmaban en algún momento haber sido secuestrados por enanitos verdes salidos de un platillo volante a punta de pistola láser; a los periodistas que como en un infernal campo de batalla se cruzaron con fuego a discreción a favor de uno u otro bando; a los propios extraterrestres, ya que con semejante batifondo donde todo el mundo parecía estar muy ocupado en pelearse les permitió atender sus asuntos y desaparecer de escena cuando los actores, extenuados, no pudieron impedírselo; a los psicólogos, que tuvieron una hermosa oportunidad de estudiar conductas humanas límites cuando ya todo parecía presagiar una “masiva invasión de marcianos”; y, por último, benefició también al señor Eladio Osvaldo Mella, un oscuro comerciante instalado en calle Corrientes al 200, quien abrió al público un mercadito de frutas y verduras bajo el llamativo título de “El OVNI”, recibiendo un récord de clientela…
 
Continuará: “militares argentinos y OVNIs: la situaciòn, hoy”

FUENTE: